Cuando finalmente se hubo incorporado, comprobó como uno de sus pies se había introducido en un charco.- ¡Vaya fastidio!, ahora iré el resto del camino con los calcetines mojados y las playeras chancleando, y todavía queda un buen trecho para llegar.- Se sacudió de encima la tierra y parte de la humillante costalada. Miró a ambos lados buscando el siguiente paso en una desorientada madrugada. Se decantó por seguir recto, el pequeño y tortuoso sendero le llevó hasta el final de la ladera, se paró, y cuando intentaba dilucidar su próximo movimiento, empezó a salir el sol.Asomó por el cenit de la montaña e iluminó todo el valle, lo hizo de sopetón, como si una sabana invisible descubriera todo el encanto que habría estado ocultando deliberadamente la noche entera. Y desde allí observó sosegado toda la ciudad. Se quedó perplejo, no creía que estaba tan cerca, ni que era tan bella. El valle la recogía delicadamente, como una mano coge a un polluelo; lo hacia, pensó él, para mostrárselo con todo detalle. Los rayos prematuros y tempraneros se reflejaron en el enigmático lago. La laguna estaba serena, en calma cuando el rey más ardiente de todos se asomó a ella. No se movía ni un alma, ni siquiera una pequeña onda buscando la orilla; desde arriba le pareció verse revelado en esa masa estancada de agua mágica, ese pulmón del que bebía la ciudad
Se chupó la mano y la frotó contra el arañazo del codo, luego se medio atusó el pelo, se colocó la camisa y se encaminó hacía la urbe con una sonrisa y un leve sentimiento de ilusión.
Metió una mano en el bolsillo, la más dañada, he hizo hueco en él. Había llegado el momento, había que guardar otro recuerdo.
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