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lunes, 16 de mayo de 2011

El Lago

     Oyó el grito, se asustó, miró hacía atrás y cuando pensó que ya nada le seguía se escurrió y cayó por la ladera. En su interminable caída arrastró con él toda clase de insectos; partió ramas, rompió arbustos, chascó alguna planta mientras con sus pies intentaba frenar ese acelerado descenso por el terraplén. La polvareda que levantó le produjo un repentino atranco respiratorio, empezó a toser, lo hizo acelerado mientras se intentaba secar las heridas que las zarzas le habían producido en el desafortunado descenso.
     Cuando finalmente se hubo incorporado, comprobó como uno de sus pies se había introducido en un charco.- ¡Vaya fastidio!, ahora iré el resto del camino con los calcetines mojados y las playeras chancleando, y todavía queda un buen trecho para llegar.- Se sacudió de encima la tierra y parte de la humillante costalada. Miró a ambos lados buscando el siguiente paso en una desorientada madrugada. Se decantó por seguir recto, el pequeño y tortuoso sendero le llevó hasta el final de la ladera, se paró, y cuando intentaba dilucidar su próximo movimiento, empezó a salir el sol.
     Asomó  por el cenit de la montaña e iluminó todo el valle, lo hizo de sopetón, como si una sabana invisible descubriera todo el encanto que habría estado ocultando deliberadamente  la noche entera. Y desde allí observó sosegado toda la ciudad. Se quedó perplejo, no creía que estaba tan cerca, ni que era tan bella. El valle la recogía delicadamente, como una mano coge a un polluelo; lo hacia, pensó él, para mostrárselo con todo detalle. Los rayos prematuros y tempraneros se reflejaron en el enigmático lago. La laguna estaba serena, en calma cuando el rey más ardiente de todos se asomó a ella. No se movía ni un alma, ni siquiera una pequeña onda buscando la orilla; desde arriba le pareció verse revelado en esa masa estancada de agua mágica, ese pulmón del que bebía la ciudad
     Se chupó la mano y la frotó contra el arañazo del codo, luego se medio atusó el pelo, se colocó la camisa y se encaminó hacía la urbe con una sonrisa y un leve sentimiento de ilusión.
     Metió una mano en el bolsillo, la más dañada, he hizo hueco en él. Había llegado el momento, había que guardar otro recuerdo.

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