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viernes, 28 de mayo de 2021

Viernes



     Amanece otro día. Ayer jueves no fue muy... gratificante. Hoy no va ser menos.

  Estos días los temo. Son imprevisibles. Prefiero no moverme a hacerlo y que algo, seguro, salga mal.

  La inseguridad se apodera de mi: Ese interruptor que no sé si fallará, ese grifo que está esperando con sus gotas agazapadas para darme el día, la lavadora que espera impaciente el comienzo del finde para avisarte que está ahí, el ruido de alguien en los buzones, el giro de llave al coche, una actualización de los muchos dispositivos tecnológicos que hay, un wsp del curro anticipando algo que sabías que podía llegar.

   Todo ocurre hoy. A las puertas del finde. Incluso una tormenta no prevista por ningún servicio meteorológico. Y ahí llega, para calarte la última colada que pusiste creyendo que así, de esa manera, sortearías uno de los escollos más temidos. 

   Cuando crees que el destino esta vez ha pasado de largo y piensas que a lo mejor tu suerte empieza a cambiar, suena un timbre, el de tu casa, obviamente. Miras la hora y ves que es extraño, que tal vez se hayan equivocado, que puede que sea el cartero u otro vecino despistado. Deseas que sea ese niño que dijo que pasaría a recoger la pelota que coló en tu terraza días antes. Y mientras elucubras más opciones... de nuevo el timbre, te saca de tus pretensiones poco probables y pones rumbo hacia la puerta. Despacio. Como si con ello pudieses parar o por lo menos demorar ese instante. Prendes el telefonillo con recelo, como si al otro lado estuviera lo desconocido. Sostienes el auricular en el oído intentando escuchar al otro lado, lo haces casi con pánico, como si esperases la llamada de un secuestrador, ese que retiene tu vida, tu felicidad. Tu respiración que estaba acelerada ahora se entrecorta y se para, las pulsaciones golpean tus maltrechas arterias. Y por fin preguntas: -¿Quién es?

    Es Viernes.