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viernes, 27 de marzo de 2020

Cualquier cosa, una vez.




     Fisgoneando por la red me he encontrado un ensayo de Bob Black. Por lo que se ve es un filósofo anarquista americano, cuyo principal postulado es "La abolición del trabajo". Viene a decir que el primer problema de la infelicidad del hombre es el trabajo. 
     Uno de sus razonamientos es que el trabajo nos esclaviza, y que el anhelado tiempo libre, no es más que una ilusión, porque entiende que en ese tiempo, lo único que hacemos es prepararnos, recapacitar, descansar y darle vueltas por y para el mismo. Vamos, que se llama tiempo libre porque el resto del tiempo, lamentablemente, no lo somos. Solo somos meros esclavos que carecemos de conciencia de serlo.

     Me viene ahora a la cabeza el análisis que hice en su día. Este no era otro que la comparación de la esclavitud del finales del siglo XlX y la precariedad del siglo en curso. En el pasado, los esclavos trabajaban solo 6 horas, y la recompensa que recibían era comida y techo. La abolición se llevó a cabo, no solo por la regularización de derechos humanos, sino porque los negreros descubrieron que pagándoles lo justo para cubrir ese mínimo, se despreocupaban de las circunstancias que sobre los esclavos pudieran derivar, y aparte se cumplía y aceptaba lo que las voces y leyes de derechos humanos empezaban a reclamar.
     Esas condiciones de antaño son, tristemente, las que todavía prevalecen. Los salarios, contratos y horarios laborales a los que nos enfrentamos en la actualidad, son lo más parecido a los que los citados esclavos accedieron a cambio de "libertad", la diferencia es que ellos accedieron a ella después de ser sometidos, humillados, ultrajados y explotados; nosotros, ahora, lo somos igualmente, pero creemos que somos plenamente libres y que estos gestos de vulnerabilidad de derechos no se aplican ya.
     En definitiva, somos como los esclavos, pero con la conciencia totalmente lavada y anulada; incapaz, no solo de no reconocer a nuestro enemigo, sino de encima adularles, aplaudirles y venerarles su comportamiento con nosotros de manera agradecida. Y no somos conscientes porque el trabajo -Capitalismo- ha hecho un trabajo encomiable, ha sido capaz de anular nuestra capacidad de crítica, de razonamiento y de lucha. Ha logrado que la precariedad sea el esclavismo del siglo XXl, que la plusvalía del trabajo caiga en las manos de siempre y que el manido trabajo productivo recaiga en nuestras espaldas en forma de recortes de derechos laborales, salarios y horas de esfuerzo. 

     Bueno, os dejo con unas de las mejores frases y párrafos de dicho ensayo, lo copio literalmente.
     Espero que por lo menos os haga pensar. Solo recordar que es un planteamiento... utópico y filosófico que ahora sería irrealizable, pero que si la sociedad se diera una segunda oportunidad tendría que tenerse en cuenta.

       La Abolición del Trabajo     
             -Bob Black-

     Nadie debería trabajar.

     El trabajo es la fuente de casi toda la miseria en el mundo. Casi todos los males que puedas mencionar provienen del trabajo, o de vivir en un mundo diseñado para el trabajo. Para dejar de sufrir, tenemos que dejar de trabajar.

     Esto no significa que tenemos que dejar de hacer cosas. Significa crear una nueva forma de vivir basada en el juego; en otras palabras, una convivencia lúdica, comensalismo, o tal vez incluso arte. El juego no es sólo el de los niños, con todo y lo valioso que éste es. Pido una aventura colectiva en alegría generalizada y exuberancia libremente interdependiente. El juego no es pasivo. Sin duda necesitamos mucho más tiempo para la simple pereza y vagancia que el que tenemos ahora, sin importar los ingresos y ocupaciones, pero, una vez recobrados de la fatiga inducida por el trabajo, casi todos nosotros queremos actuar. El Oblomovismo y el Estajanovismo son dos lados de la misma moneda despreciada.
 

     La vida lúdica es totalmente incompatible con la realidad existente. Peor para la "realidad", ese pozo gravitatorio que absorbe la vitalidad de lo poco en la vida que aún la distingue de la simple supervivencia. Curiosamente -o quizás no- todas las viejas ideologías son conservadoras porque creen en el trabajo. Algunas de ellas, como el Marxismo y la mayoría de las ramas del anarquismo, creen en el trabajo aún más fieramente porque no creen en casi ninguna otra cosa. 

      Pero si todos los ideólogos defienden el trabajo (y lo hacen) -y no sólo porque planean hacer que otras personas hagan el suyo- son extrañamente renuentes a admitirlo. Hablan interminablemente acerca de salarios, horas, condiciones de trabajo, explotación, productividad, rentabilidad. Hablarán alegremente sobre todo menos del trabajo en sí mismo. Estos expertos que se ofrecen a pensar por nosotros raramente comparten sus ideas sobre el trabajo, pese a su importancia en nuestras vidas. Discuten entre ellos sobre los detalles. Los sindicatos y los patronos concuerdan en que deberíamos vender el tiempo de nuestras vidas a cambio de la supervivencia, aunque regatean por el precio.

     La alternativa a trabajar no es el ocio solamente. Ser lúdico no es ser estático. Aunque valoro el placer de la pereza, nunca es más satisfactoria que cuando sirve de intermedio entre otros placeres y pasatiempos. Tampoco promuevo esa válvula de seguridad disciplinada y gerenciada llamada "tiempo libre"; nada de eso. El tiempo libre es no trabajar por el bien del trabajo. El tiempo libre es tiempo gastado en recobrarse del trabajo, y en el frenético pero inútil intento de olvidarse del trabajo. Mucha gente regresa de sus vacaciones tan agotada que desean volver al trabajo para descansar. La diferencia principal entre el tiempo libre y el trabajo es que al menos te pagan por tu alienación y agotamiento.
 
      Cuando digo que quiero abolir el trabajo, me refiero justo a lo que digo, pero quiero decir a lo que me refiero definiendo mis términos de formas no idiosincráticas. Mi definición mínima del trabajo es labor forzada, es decir, producción impuesta. Ambos elementos son esenciales. El trabajo es producción impuesta por medios económicos o políticos, por la zanahoria o el látigo (la zanahoria es sólo el látigo por otros medios). Pero no toda creación es trabajo. El trabajo nunca es hecho por amor al trabajo mismo, sino para obtener un producto o resultado que el trabajador (o, con más frecuencia, alguien más) recibe del mismo. Esto es lo que el trabajo debe ser. Definirlo es despreciarlo.

   
     Pero el trabajo moderno tiene peores implicaciones. La gente no sólo trabaja, tienen "empleos". Una persona realiza una tarea productiva todo el tiempo "¡o si no...!". Aún si la tarea tiene aunque sea un átomo de interés intrínseco (y cada vez menos trabajos lo tienen) la monotonía de su obligatoriedad exclusiva elimina su potencial lúdico. Un "empleo" que podría atraer la energía de algunas personas, por un tiempo razonable, por pura diversión, es tan sólo una carga para aquellos que tienen que hacerlo por cuarenta horas a la semana sin voz ni voto sobre cómo debería hacerse, para beneficio de propietarios que no contribuyen en nada al proyecto, y sin oportunidad de compartir las tareas o distribuir el trabajo entre aquellos que tienen que hacerlo. Este es el verdadero mundo del trabajo: Un mundo de estupidez burocrática, de acoso sexual y discriminación, de jefes cabeza hueca explotando y descargando la culpa sobre sus subordinados, quienes -según cualquier criterio técnico-racional- deberían estar dirigiendo todo. Pero el capitalismo en el mundo real sacrifica la maximización racional de la productividad y el beneficio ante las exigencias del control organizacional. 
     
      El trabajo hace de la libertad una burla. El discurso oficial dice que todos tenemos derechos y vivimos en una democracia. Otros desafortunados que no son libres como nosotros tienen que vivir en estados policiales. Estas víctimas obedecen órdenes "¡o si no...!", sin importar cuán arbitrarias. Las autoridades les mantienen bajo supervisión constante. Los burócratas del Estado controlan hasta los detalles más pequeños de la vida diaria. Los oficiales que les empujan de un lado a otro sólo responden ante sus superiores, públicos o privados. De cualquier modo, la disensión y la desobediencia son castigados. Los informantes reportan regularmente a las autoridades. Se supone que todo esto es muy malo.
    
Y lo es, excepto que no es sino una descripción del puesto de trabajo moderno. Los liberales y conservadores y anarco-capitalistas que lamentan el totalitarismo son falsos e hipócritas. Hay mas libertad en cualquier dictadura moderadamente desestalinizada que en el típico puesto de trabajo estadounidense.
      Encuentras el mismo tipo de jerarquía y disciplina en una oficina o fábrica que en una cárcel o monasterio. De hecho, como Foucault y otros han mostrado, las cárceles y las fábricas surgieron casi al mismo tiempo, y sus operadores copiaron conscientemente las técnicas de control de unas y de otras. Un trabajador es un esclavo de medio tiempo. El jefe dice cuándo llegar, cuándo irse, y qué hacer entre los dos. Te dice cuánto trabajo hacer y qué tan rápido. Puede llevar su control hasta extremos humillantes, regulando, si le da la gana, las ropas que llevas o qué tan a menudo puedes ir al baño. Con unas pocas excepciones, puede despedirte por cualquier razón, o sin razón. Eres espiado por informantes y supervisores, amasa un expediente de cada empleado. Contestarle es llamado "insubordinación", como si el trabajador fuese un niño malo, y no sólo hace que te despidan, te descalifica para compensación de desempleo. Sin aprobarlo necesariamente para ellos tampoco, hay que señalar que los niños en la casa y en la escuela reciben un tratamiento similar, en este caso justificado por su supuesta inmadurez. ¿Qué nos dice esto acerca de sus padres y maestros que trabajan? 

     El humillante sistema de dominación que he descrito rige sobre la mitad de las horas de vigilia de una mayoría de mujeres y la vasta mayoría de los hombres por décadas, por la mayor parte de sus vidas. Para ciertos propósitos, no es del todo erróneo llamar a nuestro sistema democracia o capitalismo o -mejor aún- industrialismo, pero sus verdaderos nombres son fascismo de fábrica y oligarquía de oficina. Quien diga que esta gente es "libre" es un mentiroso o un estúpido. Eres lo que haces. Si haces trabajo aburrido, estúpido y monótono, lo más probable es que tú mismo acabarás siendo aburrido, estúpido y monótono. El trabajo explica la creciente cretinización a nuestro alrededor mucho mejor que otros mecanismos idiotizantes como la televisión y la educación. Quienes viven marcando el paso, todas sus vidas, llevados de la escuela al trabajo y enmarcados por la familia al comienzo y el asilo al final, están habituados a la jerarquía y esclavizados psicológicamente. Su aptitud para la autonomía se encuentra tan atrofiada, que su miedo a la libertad es una de sus pocas fobias con base racional. El entrenamiento de obediencia en el trabajo se traslada hacia las familias que inician, reproduciendo así el sistema en más de una forma, y hacia la política, la cultura y todo lo demás. Una vez que absorbes la vitalidad de la gente en el trabajo, es probable que se sometan a la jerarquía y la experticia en todo. Están acostumbrados a ello.
 
     Vivimos tan cerca del mundo del trabajo que no vemos lo que nos hace. Tenemos que basarnos en observadores externos de otros tiempos u otras culturas para apreciar el extremismo y la patología de nuestra posición presente. Hubo un tiempo en nuestro pasado en que la "ética del trabajo" hubiese sido incomprensible, y quizás Weber comprendió algo importante cuando conectó su aparición con una religión, el Calvinismo, que si hubiese aparecido hoy, en vez de hace cuatro siglos, hubiese sido llamado acertadamente una secta.
     Imaginemos por un momento que el trabajo no convierte a la gente en sumisos atontados. Imaginemos, contra cualquier psicología creíble y contra la ideología de sus defensores, que no tiene efecto en la formación del carácter. E imaginemos que el trabajo no es tan aburrido, agotador y humillante como todos sabemos que realmente es. Aún así, el trabajo sigue siendo una burla de todas las aspiraciones democráticas y humanísticas, sólo porque usurpa tanto de nuestro tiempo. Sócrates dijo que los trabajadores manuales suelen ser malos amigos y malos ciudadanos, porque no tienen tiempo de cumplir con las responsabilidades de la amistad y la ciudadanía. Tenía razón. A causa del trabajo, sin importar lo que hagamos, nos la pasamos mirando los relojes. La única cosa "libre" sobre el llamado tiempo libre es que no le cuesta nada al jefe. El tiempo libre está dedicado en su mayoría a prepararse para ir al trabajo, regresar del trabajo, y recobrándose del trabajo. El tiempo libre es un eufemismo para la manera peculiar en que el trabajador, como factor de producción, no sólo se transporta a sí mismo, a sus propias expensas, desde y hacia el puesto de trabajo, sino que además asume la responsabilidad por su propio mantenimiento y reparación. El carbón y el acero no hacen eso. Las máquinas fresadoras y las de escribir no hacen eso. Pero los empleados lo hacen. Con razón Edward G. Robinson, en una de sus películas de gángsteres, exclamó "¡el trabajo es para los estúpidos!" 
     
      El trabajo es nocivo para tu salud. De hecho, el trabajo es asesinato en masa o genocidio. Directa o indirectamente, el trabajo matará a la mayoría de los que lean estas palabras. Entre 14.000 y 25.000 trabajadores mueren en este país anualmente en el lugar de trabajo. Más de dos millones quedan deshabilitados. De veinte a veinticinco millones son heridos cada año. Y estas cifras se basan en una estimación muy conservadora acerca de qué constituye una herida relacionada con el trabajo. Por ejemplo, no cuentan el medio millón de casos de enfermedad ocupacional cada año. Hojeé un libro de texto médico sobre enfermedades ocupacionales y tenía 1.200 páginas. Incluso esto apenas es la punta del iceberg. Las estadísticas disponibles cuentan los casos obvios, como los 100.000 mineros que tienen el mal del pulmón negro, de quienes mueren 4.000 cada año, una tasa de mortalidad mucho mayor que la del SIDA, por ejemplo, que recibe tanta atención de los medios. Esto refleja la creencia sobreentendida de que el SIDA aflige a pervertidos que podrían controlar su depravación mientras que la extracción de carbón es una actividad sacrosanta e incuestionable. Lo que las estadísticas no muestran es que decenas de millones de personas ven reducidas sus expectativas de vida a causa del trabajo -que es lo que significa la palabra homicidio-, después de todo. Considera a los doctores que trabajan hasta morir a los cincuenta y tantos. Considera a todos los otros adictos al trabajo.
 
     Aún si no quedas muerto o inválido mientras trabajas, también puedes morir mientras vas al trabajo, regresas del trabajo, buscas trabajo, o tratas de olvidarte del trabajo. La gran mayoría de las víctimas del automóvil estaban realizando algunas de estas actividades obligadas por el trabajo, o cayeron víctimas de alguien que las hacía. A este conteo de cadáveres se debe añadir las víctimas de la contaminación auto-industrial y la adicción al alcohol y drogas inducida por el trabajo. Tanto el cáncer como las enfermedades cardíacas son aflicciones modernas cuyo origen se puede rastrear, directa o indirectamente, hacia el trabajo.

     El trabajo, entonces, institucionaliza el homicidio como forma de vida. La gente piensa que los camboyanos estaban locos al exterminarse a sí mismos, pero ¿somos nosotros diferentes? El régimen de Pol Pot al menos tenía una visión, aunque borrosa, de una sociedad igualitaria. Nosotros matamos gente en el rango de las seis cifras (por lo menos) para vender Big Macs y Cadillacs a los que sobrevivan. Nuestras cuarenta o cincuenta mil muertes anuales en la autopista son víctimas, no mártires. Murieron por nada -o más bien, murieron por trabajar-. Pero el trabajo no es algo por lo que valga la pena morir. 
     Lo que he dicho hasta ahora no debería ser controvertido. Muchos trabajadores están hartos del trabajo. Las tasas de ausentismo, despidos, robo y sabotaje por parte de empleados, huelgas ilegales, y flojera general en el trabajo son altas y van subiendo. Podría haber un movimiento hacia un rechazo consciente y no sólo visceral del trabajo. Y sin embargo, el sentimiento que prevalece, universal entre los patronos y sus agentes, y muy extendida entre los trabajadores mismos, es que el trabajo mismo es inevitable y necesario. 
     Yo discrepo. Ahora es posible abolir el trabajo y reemplazarlo, hasta donde sirve a propósitos útiles, con una multitud de nuevos tipos de actividades libres. Abolir el trabajo requiere ir hacia él desde dos direcciones, cuantitativa y cualitativa. Por el lado cuantitativo, hemos de recortar masivamente la cantidad de trabajo que se hace. En la actualidad, la mayor parte del trabajo es inútil o peor, y deberíamos deshacernos de él. Por el lado cualitativo -y pienso que esta es la base del asunto, y el punto de partida nuevo y revolucionario- hemos de tomar el trabajo útil que queda y transformarlo en una agradable variedad de pasatiempos parecidos al juego y la artesanía, que no se puedan distinguir de otros pasatiempos placenteros, excepto que sucede que generan productos útiles. Sin duda eso no los hará menos estimulantes. Entonces, todas las barreras artificiales del poder y la propiedad se vendrían abajo. La creación se convertiría en recreación. Y podríamos dejar de vivir temerosos los unos de los otros.

     No estoy sugiriendo que la mayoría del trabajo pueda salvarse de esta manera. Pero la mayoría del trabajo no vale la pena salvarlo. Solo una fracción pequeña y menguante del trabajo sirve para algún propósito útil, aparte de la defensa y reproducción del sistema del trabajo y sus apéndices políticos y legales. Hace veinte años, Paul y Percival Goodman estimaron que sólo el cinco por ciento del trabajo que se hacía entonces -presuntamente la cifra, de ser exacta, es aún más baja ahora- bastaría para cubrir nuestras necesidades mínimas de comida, ropa, y techo. Su cálculo era sólo una aproximación educada, pero el punto clave está claro: directa o indirectamente, la mayor parte del trabajo sirve los propósitos improductivos del comercio o el control social. De inmediato podemos liberar a decenas de millones de vendedores, soldados, gerentes, policías, guardias, publicistas y todos los que trabajan para ellos. Es un efecto de avalancha, puesto que cada vez que dejas sin trabajo a un pez gordo, también liberas a sus lacayos y subordinados. Y entonces la economía implosiona.

     El 40% de la fuerza laboral son trabajadores de cuello blanco, la mayoría de los cuales tienen algunos de los empleos más tediosos e idiotas jamás concebidos. Industrias enteras, seguros y bancos y bienes raíces por ejemplo, no consisten en nada más que mover papeles inútiles de un lado a otro. No es casual que el "sector terciario", el sector de servicios, esté creciendo mientras el "sector secundario" (industria) se atasca y el "sector primario" (agricultura) casi desaparece. Porque el trabajo es innecesario excepto para aquellos cuyo poder asegura, los trabajadores son desplazados desde ocupaciones relativamente útiles a relativamente inútiles, como una medida para asegurar el orden público. Cualquier cosa es mejor que nada. Es por eso que no puedes irte a casa sólo porque terminaste temprano. Quieren tu tiempo, lo suficiente para que les pertenezcas, aún si no tienen uso para la mayor parte del mismo. De no ser así, ¿por qué la semana de trabajo promedio no ha disminuido más que unos cuantos minutos en los últimos cincuenta años? 
     Finalmente, debemos deshacernos de la mayor de las ocupaciones, la que tiene el horario más largo, el salario más bajo, y algunas de las tareas más tediosas. Me refiero a las amas de casa y el cuidado de niños. Al abolir el trabajo asalariado y alcanzar el desempleo total, atacamos la división sexual del trabajo. El núcleo familiar como lo conocemos es una adaptación inevitable a la división del trabajo impuesta por el moderno trabajo asalariado. Te guste o no, tal como han sido las cosas durante los últimos cien o doscientos años, es económicamente racional que el hombre traiga el pan a la casa y que la mujer haga el trabajo sucio y le provea de un refugio de paz en un mundo despiadado, y que los niños sean enviados a campos de concentración juveniles llamados "escuelas", principalmente para que no sean una carga tan grande para mamá pero aún sean mantenidos bajo control, pero también para que adquieran los hábitos de obediencia y puntualidad que tanto necesitan los trabajadores. Si deseas deshacerte de la patriarquía, deshazte del núcleo familiar cuyo no pagado "trabajo invisible", como dice Ivan Illich, hace posible el sistema del trabajo que a su vez hace necesario el núcleo familiar. A la lucha anti-armas nucleares está ligada la abolición de la infancia y el cierre de las escuelas. Hay más estudiantes de tiempo completo que trabajadores de tiempo completo en este país. Necesitamos a los niños como maestros, no estudiantes. Tienen mucho que contribuir a la revolución lúdica, porque ellos son mejores en el juego que las personas maduras. Los adultos y los niños no son idénticos, pero se harán iguales a través de la interdependencia. Sólo el juego puede cerrar la brecha generacional.
 
      Hay cosas que a la gente le gusta hacer de vez en cuando, pero no por demasiado tiempo, y ciertamente no todo el tiempo. Puedes disfrutar haciendo de niñera por algunas horas para compartir la compañía de los niños, pero no por tanto tiempo como sus padres. Los padres, mientras tanto, aprecian profundamente el tiempo que les liberas para sí mismos, aunque les molestaría apartarse de su progenie por mucho tiempo. Estas diferencias entre los individuos son lo que hace posible una vida de juego libre. El mismo principio se aplica a muchas otras áreas de actividad, especialmente las primarias. Así, muchos disfrutan cocinar cuando lo pueden hacer con seriedad, a su modo, pero no cuando sólo están recargando cuerpos humanos con combustible para el trabajo.
       Algunas cosas que no son satisfactorias si las haces sólo, o en un entorno desagradable, o bajo las órdenes de un supervisor, son agradables, al menos por un tiempo, si esas circunstancias cambian. Esto es cierto probablemente, hasta cierto punto, para todo trabajo. La gente utiliza su ingenio, de otro modo desperdiciado, para convertir las tareas repetitivas menos atrayentes en un juego, lo mejor que pueden. Las actividades que atraen a algunas personas no siempre atraen a todas, pero todo el mundo tiene, al menos en potencia, una variedad de intereses y un interés en la variedad. Como dice el dicho, "cualquier cosa, una vez".
     
     Así que los abolicionistas tendrían que actuar por su cuenta. Nadie puede decir qué resultaría de liberar el poder creativo aturdido por el trabajo. Cualquier cosa puede pasar. El gastado debate de libertad versus necesidad, que casi suena teológico, se resuelve sólo cuando la producción de valores de uso coexista con el consumo de deliciosa actividad lúdica.

     La vida se convertirá en un juego, o más bien muchos juegos, pero no -como es ahora- un juego de suma cero. Un encuentro sexual óptimo es el paradigma del juego productivo; los participantes se potencian los placeres el uno al otro, nadie cuenta los puntajes, y todos ganan. Cuanto más das, más recibes. En la vida lúdica, lo mejor del sexo se mezcla con la mejor parte de la vida diaria. El juego generalizado lleva a la libidinización de la vida. El sexo, en cambio, puede volverse menos urgente y desesperado, más juguetón. Si jugamos bien nuestras cartas, podemos sacar más de la vida de lo que metemos en ella; pero sólo si jugamos para ganar.
 

     Nadie debería trabajar. Proletarios del mundo... ¡descansad!
                     “La abolición del trabajo” de Bob Black

            

     


domingo, 22 de marzo de 2020

Católicos en tiempos del Cólera




     Qué suerte poder ser cristiano en estos tiempos. Cristiano, católico o Romano, o todo junto, vaya; bueno, Romano no, a estos tampoco les va muy bien. 
     Los creyentes están de suerte, de enhorabuena, ¡y como para no estarlo! Poseen ya la vacuna para el virus. Bueno, la vacuna, el antídoto y todo tipo de soluciones ante este ataque. 
     Los hay que se ponen una insigne mascarilla y creen por eso que están a salvo de todo. Ignoran su forma de manipularla: la mueven, tocan, quitan, recolocan, ajustan, bajan, suben, vuelven a quitar; y todo con las manos sin lavar o con unos guantes que ni ellos mismos recuerdan dónde han estado. 
     Claro, la culpa no es de ellos, quieren que sepamos como utilizarlas profesionalmente como si fuésemos cirujanos, cuando la mayoría, antes, no habíamos visto una en nuestra vida. 
     Pero a los Católicos esto no les pasa. Ellos van a... otro ritmo. Ellos juegan con ventaja. Le tienen a Él, y claro, así cualquiera. Ellos se leyeron la biblia y ya saben como combatir las plagas; las 7 y las 12, la peste, la lepra, etc, etc. Tienen varias armas secretas que evitan ser contagiados: 
1) La Fe
2) El perdón
3) El arrepentimiento
4) La confesión 
     Y el mayor repelente de todo tipo de virus: La Iglesia. 
     Por eso se les ve por las calles felices, de la mano de sus hijos y familiares, dándose la Paz, compartiendo la liturgia entre acólitos a sabiendas que están a salvo. 
     En cierta forma dan envidia. Son uno de los pocos grupos sociales que hoy pueden sonreír. Llevan en el alma el salvoconducto que en PDF nos piden a los demás, el sello que lo refrenda es su espíritu, y la firma que lo autoriza es el ambiguo Art. 16 de la Constitución.
     
     Y en esas estamos, nosotros con el gesto oculto, con miedo e incertidumbre; y ellos sabiendo que son omnipotentes, omnipresentes, omniscientes e inviolables, como el Rey, que al ruido de unas cacerolas se entristece, hace pucheros monárquicos y nos suplica perdón; perdón y que no lo volverá a hacer más. Y los católicos, cristianos y monárquicos, partiéndose la caja de todo y todos, a mandíbula rota, a cara y manos descubiertas, mientras nosotros les observamos, no solo con el rostro tapado, sino con el animo y la esperanza machacadas.


jueves, 19 de marzo de 2020

PACIENCIA 0




     No sé si son las pastillas, el estrés, la ansiedad o la incertidumbre; el caso es que he tenido un sueño jodido: "Me acercaba a la puerta de la terraza, pensaba que llovía, y no, no era agua. Salgo a constatar la causa de tal ruido y observo que la gente se había vuelto loca, gritando, aplaudiendo, dando golpes a todo tipo de utensilios de cocina. Desde uno de los áticos, un vecino me interpela - ¡oye! - Me dice, - ¿tú eres monárquico o republicano? -¿yo?- le contesto anonadado por lo esperpéntico de la situación. - Yo... solo soy charcutero, creo.- digo sin quitar la vista de los edificios de enfrente. 
- ¡venga! pues a aplaudir".

     Una pesadilla, sí, seguro, una puta pesadilla.
     Total, que mi perro decide sacarme a pasear, por lo que se ve, entendía, era la hora del paseo. A mi no me apetecía lo más mínimo salir, no tenía ganas ni de mear ni de cagar, y mucho menos en público. El caso es que mi perro, sin consultármelo previamente, me pone el collar, coge un paquete de bolsas y con un silbido cariñoso y enérgico me ordena salir.
     Ya en la calle nos cruzamos con otro perro que sacaba a hacer a su dueño sus necesidades, el perro, un labrador de unos 6 años, mira desafiante al mío y dice: -¿Oye, contagia?- le espeta de forma violenta. -No, es muy bueno- Replica el mío. -Ya, pero ese dueño tiene que llevar mascarilla, ¿vale? y con una correa de mínimo un metro de seguridad.
     Al final mi mascota tira de mí hacia la acera de enfrente y yo le sigo relatando, enfadado y gruñendo, casi ladrando. Un bozal, lo que me tenían que poner es un bozal.

     -¿Sabe por qué le multo?- Pregunta un policía a un transeúnte que pasaba por allí. - Por circular libremente, sin causa justificada, por la vía pública.- Le informa de carrerilla con una consigna que ha memorizado previamente. 
     ¿Se pueden vulnerar más derechos humanos avalados internacionalmente en tan solo una frase? Parece ser que sí, que hay manga ancha, que el estado de emergencia lo permite y que cuando una crisis global entra por la puerta los derechos humanos saltan por la ventana.
     -Señora, es por su bien y el de los demás- Le aclara, ahora más condescendiente, el policía. - Están muriendo muchas personas, seres humanos que Utd. y su actitud ponen en riesgo.
     ¿Merece la pena vivir sin derechos? ¿Se nos podría considerar, aun así, "Seres Humanos" careciendo de los mismos? ¿O simplemente seriamos autómatas al dictado de un... "ente" que todo lo ve, todo lo sabe y por tanto ordena y manda? 
     ¿Es esta la distopía que imaginaba Orwell o Asimov?
     Parece ser que sí, o estamos cerca. 
     En el Corte Inglés se anuncian por megafonía proclamas y advertencias que podría parecer que esto es así: "Por favor, respeten la distancia de seguridad", "Por favor, no crucen al área restringida", "Por favor, por motivos de seguridad, y conforme a las medidas que las autoridades sanitarias aconsejan, les pedimos que cubran sus manos y rostro para evitar cualquier tipo de contagio". 
     Sí, parece que el futuro más desalentador ya está aquí. Recuerda a films futuristas de serie B como: Fortaleza Infernal o Juez Dredd. 

     Estamos ante una catástrofe, pero no el del Corona, no, sino el desastre Climático. Parece ser que ahora, en esta "pausa" de confinamiento temporal que el capitalismo ha hecho de manera forzosa, la tierra se despereza y comienza a respirar: El ozono se recupera, los mares parecen reflotar especies que parecían desaparecidas, delfines saltando en las costas, pájaros anidando en urbes, corales quitándose esa capa de mugre y plástico de encima; un kit kat que el planeta tiene que aprovechar para, de manera acelerada, recuperar ese tiempo perdido. 
     Se respira aire de nuevo, aire fresco, limpio. La naturaleza se ha rebelado y ha activado sus defensas a modo de hongo invisible, indetectable, incluso... imaginario. 
     En el Apocalipsis, como decía el Coronel Bill Kilgore, la victoria olía a Napalm. 
     En el Holocausto, Rudolf Höss, decía que la victoria olía a Zyklon B. 
     Ahora, en este cataclismo, la victoria parece oler a lejía y a alcohol, y como dice la canción protesta feminista de América Latina...
                  
                       ¡¡El Virus eres tú!!