Como ya he comentado varias veces, el deseo sustituyó a la necesidad por una razón puramente práctica. Al no haber recursos económicos para sustentar o alimentar dicha necesidad, el deseo se abrió paso en esa alocada carrera de seguir fomentando el consumo, si bien a corto o medio plazo no se garantizaba su cometido, a largo plazo parecía lograrlo.
De esta manera se reforzaba el ahorro para, en un plazo
prudente, desprenderse de ese Capital y dar contenido a ese deseo agazapado
durante tanto tiempo.
Pues bien, este anexo neoliberal ha llegado también a la maternidad, no ya solo desde el punto de vista económico mercantilista:
tú pagas, tú puedes adoptar o alquilar un vientre, o una gestación subrogada; eso ya lo
habíamos vivido. El paso siguiente es más escatológico, cruel y abyecto. El de adoptar un bebé no por deseo maternal, sino por necesidad egocéntrica o
deseo de sociabilizar nuestras… carencias que nos habían sido imposible cubrir
mediante otros factores más comprensibles,
sin tener que poner en juego, y con frivolidad, la vida y futuro de una
criatura.
Hemos pasado de adoptar con toda la conciencia y responsabilidad que
conlleva, a “comprar”, con toda la frialdad que el mercado nos permite, una vida que nos
llene ese vacío que creíamos tener. De forma que cuando las expectativas
creadas en torno al hecho no se cumplen,
la decepción es inmensa, y como si de una mercancía se tratase, porque
así lo hemos gestionado, creemos tener el derecho a criticar el “producto”,
cuestionarlo e incluso intentar
devolverlo o deshacerte de él.
Casos que recientemente han salido a la luz, casos mediáticos algunos de ellos, no dan si no más argumento a esta reflexión: madres y padres que creyeron tener otros derechos más allá de los meros por serlo, madres y padres que en el sentido de poseedores y por lo tanto de propietarios, pensaron que tenían otra jurisprudencia sobre esas almas a las cuales ellos les habían dado otra oportunidad y por ello tenían otras condiciones legales, condiciones más mercantiles que sociales.
Niños que reconocen sentirse, en el país de origen y nuevamente en el de destino, como productos desechados por el sistema. Niños asesinados por unos padres que, en el último momento, pensaron que lo de ser padres no iba con ellos, y como eran los propietarios del producto, ellos, y solamente ellos, decidían cómo y cuándo acabar su relación con la otra parte.
Madres, otras, que públicamente recuerdan a su hijo adoptado: que lo es y las consecuencias xenófobas que tendrían si no lo fueran, amenazando, de manera miserable, al hijo/a para que se comporte o cumpla todo aquello para lo que se le trajo, es decir, para dar la felicidad, llenar el vacío, completar el ego y cubrir las presiones sociales que la madre veía, tiempo atrás, incompletas.