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miércoles, 1 de enero de 2020

1000. Una colección imposible




     La bella señora Seidenman era la amante de un mando militar alemán, nazi, probablemente. Era el año 1988 cuando me inmiscuí en esa pesquisas intentando, de paso, meterme en el mundo de la lectura en el cual mi madre parecía estar de lleno. Qué fue de la apuesta Seidnman…? no lo recuerdo, ni tan siquiera sí llegué a terminar el libro. Lo que sí recuerdo es que lo adquirí conjuntamente con otro, como parte de una promoción del conocido Círculo de Lectores. El otro título en cuestión era: El quinto evangelio, trataba del descubrimiento de un evangelio apócrifo de Barrabás. 
     Ese enigma y esa curiosidad fue el pistoletazo de salida para mitigar mis inquietudes y mis muchísimas preguntas debido a mi escasa formación académica y de cultura general... en general. 
     De esa intriga religiosa, que me llevó a repasar textos bíblicos y hojear ensayos sobre el tema, así como libros sobre la vida de Jesús, pasé, como si tal cosa, al mundo, totalmente desconocido e imposible de entender para alguien tan... limitado culturalmente, de la ciencia, y más en concreto de la ciencia subatómica: la teoría cuántica, la relatividad especial, viajes en el tiempo, comprensión y comportamiento del universo, agujeros negros, teoría de cuerdas, de gusanos, universos paralelos, el espacio y el tiempo, otras dimensiones, los sueños, la mente... hasta que hice ploff!!! y lo dejé.
      Decenas de libros tuve que comprar hasta convencerme de que ni lo entendía ni le podía encontrar sentido, por lo que pasé a la filosofía, la rama que sirve de enlace entre la religión y la ciencia, donde una no llega o parece perderse, es donde empieza a cobrar sentido la otra, que por su parte da una explicación un tanto... increíble, solo razonada con las herramientas que nos da la filosofía. 
     
     Hasta la aparición de la señora Seidenman, solo me había leído tres libros: La historia interminable (versión dos colores), Jugar con fuego (sin acabar) y La potencia de uno (pasó luego a película). 
     En esa época, como digo, intercalé conjuntamente libros de terror, judiciales y sobre todos thrillers, los deshojaba compulsivamente, con obsesión; había descubierto un nuevo mundo, un mundo paralelo, irreal y virtual, que hacía mi día a día más llevadero. 
     Por aquel entonces cayó en mis manos el Best Seller Codigo Da Vinci. Reacio a leer los mandados comerciales y ser parte de ese rebaño pastoril, tardé en picar el anzuelo, y no fue por intentar descubrir los misterios apócrifos que sobre Jesús se escribía, sino por la parte que de los templarios se relataba en sus páginas. Estos, junto con el Priorato de Sion, fueron los dos asuntos en los que estuve entretenido e indagando un tiempo también. 
     Como si de un bucle se tratase volví a caer en la religión, y de ahí... a la ciencia nuevamente. Fue entonces cuando empecé a escribir con el fin de organizar mis planteamientos e ideas y, por qué no, plasmar mi punto de vista de todo aquello que había leído. Y ahí fue donde me di cuenta que escribir me gustaba, pero que, otra vez, mi escasa formación académica me pasaba factura y no era consciente de los enormes y garrafales fallos que tenía al intentar traducir mis reflexiones a blanco y negro, por lo que decidí empezar a leer algo con más sentido y calidad literaria. Era, entendía, la única manera de llegar a escribir medianamente bien. 
     Los Stephen King, los Grisham, los JJ Benitez, los Dan Brown, los Tolkien, Asimov, Punset, Connelly, Crichton, fueron sustituidos por: Saramago, Coelho, Márquez, Mendoza, Eslava, Sampedro, Follet, Forsyth, Gordon, Ruiz Zafón, Julia Navarro, Allende, Delibes, Vidal, Clara Sánchez, Jurado, Víctor del Árbol, Carla Montero, o mi último gran descubrimiento; Juan José Millás.
     Con su lectura y prestando algo más de atención, conseguí que mis relatos adquirieran ese... trazo de calidad para que pudiesen ser interesantes, o por lo menos dignos de una primera lectura.

     Pero siguiendo con el resumen de lector, y no de escritor, me viene a la memoria una conversación con unos familiares que me preguntaron que cuántos libros tenía, les dije que, por aquel entonces, setecientos y pico; creyeron que era una exageración, imagino que pudiera ser que lo pensasen, ya que para alguien que no está por la labor de perder el tiempo entre páginas escritas por alguien que ha querido escribir ahí, lo que le ha dado la gana, (sic) pudiera ser, y razón no les faltaba.  
     De aquello, al ritmo que más o menos compraba libros, haría unos 12 o 13 años, creo. Ahora, y es la razón por la que escribo este post el primer día del año, he llegado, el día 27 de diciembre del 2019, a la mágica cifra de 1000 libros. Creo que es todo un logro, y máxime en los tiempos de pantallas digitales que corren. 
     El libro elegido de apuntarse ese honor ha sido el último del escritor revelación (para mi, claro) del año que dejamos: Juan José Millás; el título es: Una vocación Imposible ( de ahí el guiño en el título de este post). Será el primero que acabe en el año que acabamos de empezar. 
     Y el elegido para comenzar el nuevo milenio bibliográfico, y que sería el nº 1001, es el del Gran Wyoming, (si el amigo invisible hace sus deberes, claro) si no, seguramente me lo acabe comprando yo igualmente.  

     Esta afición a leer, aunque creo que tardía, se la debo en parte a mi madre, a la que recuerdo enganchada a las novelas románticas que releía cuando las tareas caseras la dejaban. Y que abandonó por la llegada de las novelas a la TV, y ahí sigue, pasando canales y canales de TV con voracidad salvaje, olvidando aquellos románticos días en que las hojas, la imaginación y la experiencia dibujaban en su mente esos dramones sentimentales, líos amorosos y familias rotas, que los libros de antaño describían minuciosamente. 
     Mi madre era socia de C. de Lectores desde que vivíamos en Coslada, allá por el año 1980, siguió en Canillejas donde se borró, para más tarde volverse a apuntar, y donde después, acuciados por la crisis, se borró definitivamente por el año 1999. La mantuvieron abierta la ficha por si quería volver, a mí me dio pena, aunque por aquel entonces, como he dicho antes, tan solo había leído tres libros, la pena se debía por ver como tu madre tenía que renunciar a algo por motivos económicos, y ver que por los mismos motivos, el comercial intentaba, mes a mes, reapuntarla nuevamente. Al final desistió, su ficha desapareció definitivamente y con ella esos más de 20 años de afiliación al círculo más lector del país. 
     El destino es caprichoso, y poco después de aquello Marta me dice que se ha apuntado al Círculo de Lectores, creo que inmediatamente después de la baja de mi madre. También se trajo su afiliación a su nuevo domicilio conyugal, que es donde yo empecé a hacer mis pedidos. Y ha sido hasta octubre de este año que, por causas ajenas Círculo dejó de existir, he pertenecido fiel al mismo casi desde el año de su fundación. Por eso, desde aquí, en este día de celebración de los 1000 libros, quiero hacer mención a esa casa que tantas alegrías me dio. Y de paso recordar el último libro que allí compré, que curiosamente fue unos de los mejores del año y un auténtico placer leer: La Apariencia de las Cosas. 

     Para ir cerrando el post, que de nuevo se me está alargando, haré una mención a la nueva faceta intelectual por la que me dio este año acabado: la de el conocimiento de la política desde dentro; el estado, la democracia, la guerra civil, el franquismo, la extrema derecha, la perdida izquierda, el capitalismo, el neoliberalismo, la transición, el anhelado periodo constituyente, lucha de clases; el entender por qué los de abajo apoyan a los de arriba y no al revés, y sobre todo entender que, si la vida (política) es cíclica, por qué cada vez que nos toca disfrutar un poco a los más desfavorecidos, el sistema, como si de un error se tratase, se salta esa parte para volver a la siguiente. No sé, tal vez no he logrado entender del todo la política, o tal vez tenga que recurrir a la religión de nuevo, y luego a la ciencia, para acabar seguramente con la filosofía, con la esperanza pesimista de que me dé las respuestas nuevamente, porque seguro que estas llegan con matices y símbolos  jeroglíficos que sea incapaz de descifrar, a no ser claro... que coja un libro, lo abra y vuelva a imaginar, a soñar, a creer que lo entiendo o que por lo menos... lo intento.

                    Feliz 2020 y feliz 1000 libroaniversario