Mira, parece que ahora se mueven algo. Sí,
parece un… no sé, un conejo. O no, mejor
un extraterrestre con orejas enormes. Que más da. No sé cómo tengo ganas de
elucubrar y fantasear con las nubes después de lo que me has hecho.
Sí,
claro, tú ahí, tan tranquila. Te
habrás quedado tan pancha. Estarás por ahí corriendo entre las nubes, haciendo
cocos, jugando con todos los amigos que se fueron antes que tú, mientras yo me
quedo aquí, hecha una mierda, destrozada,
buscando el porqué, una explicación que
me serene, que borre ese sentimiento de culpa que me rodea. Algo que me
convenza de que nuestra separación fue natural, sin tintes dramáticos, que solo
recordarlo me ahoga contra la almohada.
Sí, ya sé que
allí estás bien, claro, tú siempre tan
egoísta. A tus juguetes, a tus paseos, a
tus comidas, a la tarea que te toca, y luego a esperar mis altruistas caricias,
mis mimos incondicionales, mis abrazos eternos,
mis besos infinitos. Así cualquiera, así también me voy yo tan tranquila de
viaje. Pero no, no te voy a perdonar que te fueras sin darme una
explicación, sin avisarme, sin razón, sin
darme… un último lametón.
Aquí me tienes
ahora, mirando al cielo. Esperando verte
aparecer. Creyendo verte correr de nube a nube, imaginar que ellas son tus
motas, negras y blancas, que todo el
cielo… eres tú.
No lo supe ver.
No lo vi venir. Me faltó previsión. Me faltó tiempo. Me sobró mala suerte… me faltas tú.
Ahora me sobra
todo.
Dime dónde tengo
que mirar para poder verte por última vez,
dime dónde tengo que ir para poder oír tus pisadas de nuevo, dime dónde
pongo mis manos para sentir tu piel, el latido de tu enérgica vida. Qué puerta
abrir para que penetre tu olor nuevamente. A qué dios rezo para que todo esto
ocurra, aunque a veces ese dios no crea en mí, ni me escuche.
Se está haciendo
tarde. Las nubes se disipan y con ellas la esperanza de que dibujen tu imagen.
Dejan paso a la luna, otra noche se cierne sobre mi alma herida. Hazme un
guiño, un gesto antes de desaparecer. Hazme saber que me oyes, que estás ahí. Dame
una señal que haga que este rato haya merecido la pena.
No dejes que te
llore más. Lo hice como para rebosar mares, reflotar naves, que decía el poeta.
Ya no hay verso
ni prosa que envuelva en melaza este dolor. No hay palabras que endulcen este
agrio sentir. Ni poesía ñoña que tape esta desazón. Que me cubra y de calor, me
de aliento y no sopor. Que deshaga el frío que tirita todo mi cuerpo, la pereza
que ahora siento, que hace que
enmudezca… mi maltrecho corazón.
Tengo el collar
en la mano, no sé que hacer con él. Si
guardarlo o regalarlo. Si lo guardo es como si te empujase, si lo regalo es como si te traicionase.
Ahora son todo
dudas. Ya no recuerdo aquel día en que llegaste. Quiero olvidar el que te
marchaste. Solo quiero rememorar nuestros paseos, los ratos en la cama mientras
nos mirábamos, cuando hacíamos planes, cuando nos reíamos, cuando me mirabas sin entender, levantando
las orejas volviéndote a tender.
Creyendo que estaba loca. Y bostezabas abriendo tu enorme boca.
Ya va siendo
tarde, me tengo que despedir. Seguiré mirando a esas nubes, por si apareces,
por si me tienes algo que decir. Seguiré mirando hacia arriba, sabiendo que
desde allí alguien me cuida. Porque ten
seguro que, aquí abajo, sin ti… esta es una mierda de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario