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domingo, 10 de mayo de 2020

Dar la Orden






     Se mueren los aplausos. Su eco ya no resuena en el bulevar. Hace días dejaron de sonar las sirenas.
     Siguen muriendo personas. Pero muy pocas ya. No las suficientes para que todo lo anterior se reactive. No el número exacto para que el policía intrépido escale balcones para agasajar con mochilas cargadas de placebo para los más pequeños con efectos secundarios para los más mayores. 
     Se muere la alegría en los balcones, la esperanza ilusa de que todo cambiaría, la promesa de un mundo mejor, de personas comprometidas con lo ajeno, con el medio ambiente, con lo público... con los demás. 
       Sigue el contagio. Lento, pausado, propagándose poco a poco, metro a metro, fase a fase. Invadiendo nuestras casas y contaminando el aire. Y en ese ahogo no somos capaces de respirar algo distinto. Recuperamos el pasado sabiendo que con ello volveremos a repetir errores en el futuro, que estos nos harán, de nuevo, ser infelices, pero en ese estado de seguridad, de confianza... nos sentimos cómodos. Y ese confort es el que nos garantiza, erróneamente, un futuro medianamente seguro.

     Se mueren las ideas políticas. La ideología deja paso al pragmatismo. Los códigos éticos ya no son descifrados por libros de ciencias sociales. Los valores de lucha y clase ya no se definen con eslóganes de referentes intelectuales. Todo eso también ha muerto. "Muera la inteligencia, viva la muerte...", que gritó aquel. 
     Ha muerto la izquierda.

     
     Tuvo una oportunidad de oro, una opción de demostrar que otro sistema era posible. La posibilidad de intentar cambiar todo este entramado que ellos llamaban establishment por otro modelo que venían anunciando desde hace años. 
     Si no era posible... nos engañaron. Si lo era y no lo hicieron... nos engañaron. Si pudo ser y no quisieron... nos engañaron. Si lo intentaron pero, o no les dejaron, o no pudieron y no nos lo dijeron... nos engañaron. Si el sistema era tan enormemente fuerte y consolidado que se tenían que tener más armas y fuerzas democráticas deberían habérnoslo dicho, haber sido honestos y por consiguiente haber abandonado. Al  no hacer nada de esto... nos mintieron. 
      
     Nos dijeron que podían cambiar el río, que el caudal y longitud del mismo no eran adecuados para que todos pudiésemos vivir dignamente. Y cuando por fin tenemos a un Capitán que dirige el barco que controla el río resulta que lo hace con las normas y leyes que los piratas de antaño dejaron zozobrando en sus aguas. 
     Tal vez descubrieron que era demasiado profundo, demasiado largo, y enseguida nos echaron la culpa a nosotros, otra vez. 
     Antes porque no estábamos unidos, luego porque no existía conciencia, luego que faltaba compromiso y lucha, tensión en las calles... Ahora nos dicen que deberíamos haber aprendido a nadar, a bucear en el fango y que, como no sabemos, ellos no son culpables. Por eso su única aportación al nuevo New Deal es que no nos metamos en el río, que nos quedemos en casa, reconociendo implícitamente en esa orden que no saben qué hacer, ni cómo, ni cuándo. 
    Para ello lo único que han hecho es sacar a las fuerzas del estado y dar la orden de atacar a la población. Dar la orden de que no se muevan. Dar la orden de que no salgan. Dar la orden de que no se junten. Dar la orden de que no se abracen, besen o quieran. Dar la orden de cómo, quién y cuándo trabajar. Dar la orden de cómo, quién y cuándo salir... y a qué. Dar la orden policial de perseguir por tierra, mar y aire al ciudadano que intente llevar una vida normal. Dar la orden y crear toda una serie de normas y leyes que nos conviertan en mulas alrededor de una noria de agua, dando vueltas y más vueltas con el único fin de sacar todo el beneficio posible, de alimentar a un estado que agoniza y que en el momento de parar, de descansar, lo hagamos allí mismo, en el puesto fijo, sin movernos, solo para recuperar fuerzas y seguir girando la mula al torno,  porque otra opción distinta no es posible y ellos dieron la orden de que así fuera.
   
     Ante una oportunidad como esta, aun con la sombra pandémica sobrevolando, lo único que ha hecho la izquierda, al igual que hizo la derecha, es dar ordenes. Sin criterio, sin plan B. Como tregua para finalizar su estrategia, su plan salvador. Como prorroga para sacar en el último minuto al jugador que haga ganar el partido.
     Lo dieron por perdido en el momento en que les pareció bien amordazar al pueblo con la soga que los verdugos fascistas dejaron tirada antes de huir.

         Y lo frustrante es que, esa orden, la dan bajo el paraguas legal de los que precedieron a través de una moción consensuada y aplaudida por el pueblo.
     La ilegalidad que prometieron erradicar, las leyes que gritaron a los cuatro vientos que iban a abolir y no son, si no con ellas, con las que reman viento a favor, a contracorriente ideológica, con las que ondean la bandera anti-pirata en la que esconden su fracaso y con la que nos dan en la cabeza a modo de sanción, multa, castigo y decretazo.
      Y lo hacen con el único instrumento que les resuena como secuela de aquella lucha épica, de esa época dorada donde las ideas y derechos se ganaban a base de golpes, carreras, gritos y desobediencia civil... la orden policial. 
     






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