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jueves, 8 de marzo de 2012

Sodio, Bromuro y Cloruro. Alegato contra la Pena de Muerte

     Parece un laboratorio químico. Los tubos y líquidos usados así lo demuestran. Pero no lo es, es una fábrica, simple y llanamente. Una fábrica de muerte que lleva por nombre: Estado.
     El reo no los ve, pero oye el silencioso ruido de fluidos que suben y bajan antes de penetrar en su cuerpo. Siente como el liquido bombea por los cilindros hasta alcanzar la dosis exacta, la mezcla idónea para su fin.           
     El olor es el característico a una clínica normal, con la diferencia de que ésta no ayuda a la recuperación del individuo, si no que apoya a la recuperación del estado de derecho, de la justicia, o por lo menos, eso dicen ellos.
     Látex, gomas, agujas, alcohol y otros enseres sanitarios hacen del ambiente un escenario distinto al que realmente se va a presenciar. Allí no va a tener acto una operación a corazón abierto, ni una colocación de huesos, ni una limpieza bucal, ni mucho menos una reparación estética; allí asistiremos a la paralización de un corazón, a la interrupción de una vida, de una persona; que nosotros aplicamos en nombre de no se sabe muy bien quién, el castigo que entendemos como justo, siendo éste exactamente el mismo que a él le va a costar su vida propia, incomprensible pero cierto. 
     Para entender lo absurdo de esta condena o pena, pondré un ejemplo: Si al que mata, comete un homicidio, asesinato o similar, lo ejecutamos; al que viola, atormenta, tortura o roba......¿--?. Imaginemos la misma sala, pero con algún cambio, en vez del médico verdugo, un Boys-Sado, que se encargará de aplicar al condenado la misma colección de perversiones que éste anteriormente había cometido con su víctima; o a varios voluntarios sin escrúpulos que torturaran al individuo hasta la extenuación o a lo que el juez entienda oportuno, ni que decir tiene que la imagen de unos hackers o banqueros pidiéndole todo tipo de datos al preso allí maniatado, con el fin de sacarle todos y cada uno de los ahorros que éste tuviera, parece del todo subrealista y cómica.


     La Confesión, es el último libro del maestro del thriller judicial, John Grisham, y habla precisamente de éso, pero con el aliciente de que el preso, tal vez, fuera inocente, y el estado, una vez más, se equivoque en su sentencia, si no es bastante errónea ya el ejecutar a cualquier persona. 
     El debate es antiguo, tanto o más como la propia justicia, nos suena a arcaico, tercermundista, nos acerca a las leyes más extremistas musulmanas, esas que se crearon hace casi dos mil años. 
     En el libro, Girsham, nos hace ver cuan injusto y depravado es el asesinar a un hombre, sea cual sea este el delito que haya cometido, todo bajo el manto protector de la ley justiciera que el propio hombre se ha inventado: Quién es más asesino?, al fin y al cabo, ¿no son los dos asesinatos?, uno en nombre de la justicia y el estado de derecho, y el otro en nombre de lo que al pobre desgraciado de turno se le haya pasado por la cabeza. Nos hace plantearnos si es necesario matar a un hombre para cumplir con la ley, si esta justificado y sobretodo, si sirve para algo a los familiares de la víctima anterior, a los suyos y al propio estado que debe asumir unos gastos exagerados, y soportar con la carga de una víctima más. 
     También nos plantea los métodos utilizados por: policías, fiscales, jueces y demás entramados judiciales para llevar a cabo dicha condena, y de esta manera callar a la población sedienta de justicia y sangre, y sobre todo a la presión política que cada estado tiene. Cuando se comete un delito, se necesita resolverlo cuanto antes, lo más rápido posible, y es primordial presentar a un sospechoso ante la sociedad ¡Ya!, uno que pase a ser acusado formal en breve, todo ello antes que la gente empiece a olvidar y creer que el gobierno no hizo los deberes, no cumplió con sus ciudadanos, y les dejo, de nuevo, a la deriva, sin venganza. Por eso en la vertiginosa carrera hacia la imagen requerida, correcta políticamente; se cometen una infinidad de errores que, por unos y por otros, todos deseando salvar su culo, pasan por alto con el objetivo de dar a la muchedumbre lo que quieren: una ejecución. Normalmente no ocurre nada con el hipotético error, puesto que la inocente víctima elegida por la fiscalía y acusación, es otro pobre desgraciado y marginado que en su amplio currículum posee varios delitos, alguno de ellos con violencia, por lo tanto, es el perfecto blanco para lavar la ropa, ya que si definitivamente se lleva acabo la condena errónea, no se habrá ejecutado nada más que a otro estorbo, escoria de la sociedad, una sociedad protegida por dirigentes con ideas claras, violentas, rancias y de gatillo rápido y fácil. 
  
     John Grisham, lo cuenta y lo narra con la agilidad que le caracteriza en estos temas que él conoce a la perfección. Deja claro cual es su postura, y una vez más alaba la conducta e imagen que de los abogados defensores se da en determinados círculos. 
     Resumiendo un buen libro, con ritmo vertiginoso, intriga y mensaje moral; pero sobretodo entretenido.

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