Salió al monte el corzo a saludar al llanto.
Escondió el sollozo de su berrea para respetar el duelo de ese instante. Y sus astas parecían afligidas, tristes, sin reinado. Su imagen anacrónica lo decía todo.
Otra vez, su impronta, anunciaba o presagiaba que la oscuridad se cernía sobre aquellos que tomaban la curva sin voluntad para enderezar la recta de su destino.
Y de entre los trigos surgió de la nada. De entre ellos clavó su mirada. Ladró, coceó y rumió en medio de aquella explanada.
Me sentí aterrorizadamente calmado, sin comprender aquel cuadro expresionista que se dibujaba allí delante. Por eso dudé de su existencia; dudé de su certeza, y mientras dilucidaba si lo que acababa de ver era real o no, miré por el retrovisor... y allí estaba él.
... y su pelo era gris, como la niebla que lo cubría.
Y aquel que lo mirara llamaba a la muerte...
Y el infierno lo seguía.
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