Palabras.
Las palabras te describen, te definen.
Te confunden.
Te señalan y te etiquetan, y cuando no estás de acuerdo con ellas las cambias o las transformas en eufemismos.
Eufemismo.
Acudimos a él cuando queremos suavizar el indecoro de las palabras. Cuando queremos atenuar su significado, cuando son crueles o, simplemente, cuando nos dan miedo e inseguridad.
El ejemplo más manido es este: Conflicto bélico; lo utilizamos por Guerra. Hay otros muchos: crecimiento negativo, reajuste de plantilla, cese disciplinario, hacer el amor, capacidades especiales, cese voluntario del matrimonio, violencia de género y, mi favorito, el más cruel que existe, el más cobarde, el que guarda muchos secretos, miedos y una sensiblería que roza lo absurdo: Tuvimos que dormir al perro.
Llevo tiempo con dudas, ves, otro eufemismo; que va, no son dudas, es miedo, puro y duro.
Me acechan los pensamientos negativos, oscuros. Veo a la muerte constantemente, a la de verdad, no a esa que va de farol vestida de Halloween. En cada esquina, a cada momento siento el peligro.
Ahora me ha rozado de cerca. Ahora que acabo de cumplir 53; número casual al tiempo que dijo el Principito que gastaría, si lo tuviera, en ir caminando a una fuente a beber agua fresca; la siento pasearse, cerca, con demasiada violencia para lo que suele ser. Espero se tome un respiro y me de espacio, me deje descansar... pero no en paz, claro.
No se duermen, qué va, si fuera así todos estaríamos felices, pensando que, tal vez, rodeados de lo que quieren, en algún lugar mejor, despierten, o simplemente con que aquellos que no les quieren no les acorralen. Perdón por la forzada hipérbaton
Sigo evocando recuerdos que creía olvidados, imágenes describiendo conceptos que se parecen demasiado a ellos. Una antítesis que creo que no es normal. Y esto no ayuda, así no hay manera de aclarar esta oscuridad, de airear los fantasmas o de ventilar los recuerdos.
“Si por cada beso que os di vivierais un día más… seríais eternos”
Eternidad. Otra perífrasis oculta, como infinito. Son definiciones posibles pero no reales.
Para saber si algo es eterno o infinito el observador debería también ser inmortal y cada cierto tiempo ir anunciando que sí, que de momento o hasta ese momento, esto o aquello sigue su curso, duración o hacia delante, y por consiguiente la posibilidad de infinito o eterno se mantiene. Y así por el resto de los siglos, para siempre, para toda la eternidad.
Hace falta una eternidad para saber si ésta existe. Tremenda paradoja contradictoria.
Pero yo no era tan pretencioso, no, yo solo quería que ellos fueran algo más longevos, solo un poco más.
Ahora soy yo el que quiere dormir sin parar, sin ambigüedad, o sí, pero dormir, descansar para siempre, y tal vez, si ella me da alcance… hacerlo en paz… con disimulo.
Y mientras corro hacia atrás y miro con temor y dudas al futuro, me tapo con infinidad de palabras, me cubro con su significado, y hasta que las coloco y ordeno para que cobren sentido, las aparto a un lado mientras decido si son naturales o un simple circunloquio.
A veces no son nada.
Ni lo uno ni lo otro, sino simples caracteres que se amontonan con el único afán de darme sosiego, crear una frase que engalane mi estado, que me represente, y solo así entiendo que las palabras me han descrito y definido, y por lo tanto han hecho lo que se esperaba de ellas: que rotulen mi ánimo y describan de manera gráfica esa impronta caótica y espectral de mi mismo para que la gente no tenga dudas ni sospechas de cómo estoy, no sea que no quede claro y piensen que es exagerado, que solo son un puñado de metáforas mal traídas para que mi aflicción cobre tintes poéticos, para crear un corto alegórico, para sacar una sonrisa de mis lloros buscando ese oxímoron facilón, para narrar un drama hiperbólico o solo para que al final alguien piense, mientras recorre esta ánfora, que todo lo escrito esté sacado de contexto y en el fondo sea una ardua retórica o una burda fantasía distópica producto de mi imaginación y en consecuencia una alusión de la auténtica realidad.
Una ilusión de la existencia cabalgando un contrasentido.
No sea que mis mascotas dejen de ser un sinónimo de amor y perro, y aquellas huellas sean tal vez una metonimia de lo que realmente eran, o que mis ocho garras molosas se conviertan en un sinécdoque que no describa toda su fuerza, lealtad y ternura.
O que al final todo, sencillamente, sea una amalgama de figuras y recursos literarios. O palabras, simples y sobrias palabras... infinitas.
Y que si por cada una que tracé en este relato singular os tuviese un instante más, al igual que ellas, seriáis, como os dije…
eternos.
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