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viernes, 11 de noviembre de 2022

Río abajo

 

       Sentirse como si estuvieses siempre nadando, a contracorriente. Sin descanso. Sin objetivos. Sin metas. Sin sentido.

      Dan ganas de parar, dejarse llevar por la corriente. Con la esperanza de así, a lo mejor, poder descansar, parar al fin. 

     Ponerse boca arriba y flotar. Dejarse arrastrar, hasta que el afluente quiera. No luchar más. Arrojarse en manos del destino y esperar.  Solo mirar hacia arriba y ver las nubes, el cielo, el soleado horizonte, el deambular de las aves, el chapoteo burbujeante de los peces que te acompañan con desconfianza.

     Adelantar a un tronco perdido o varado contra la orilla, mientras sigues rumbo a ningún sitio; ver a los lados gente pescar, mirándote con envidia... Pero no lo dicen, solo esperan a que caiga algún pez; de nuevo esperando a que algo ocurra. Siempre esperando, soñando. 

     Sobrepasar, sin inmutarme, a algún vertido desagradable que alguien arrojó creyendo que era lo mejor, lo más fácil. Sorteando piedras y rocas que nadie puso en tu camino, sino que ya estaban antes incluso que tú sopesases el bajar los brazos. 

     Pasar de largo sobre algún enjambre de plantas acuáticas que crecieron hace lustros, y ahí las dejas, atrás, otros tantos, a la espera de otro visitante, que flote haciendo el muerto, o tal vez no lo haga… sino que lo esté.




  



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