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domingo, 13 de octubre de 2019

E.G.B.




   
     Me crie bajo el manto educacional de la E.G.B., esto tuvo, imagino, sus pros y su contras, desconozco ambos. 
     Me eduqué en la disciplina que unos profesores, a los cuales llamábamos Don y Señorita, nos impartían de manera concienzuda, con rasgos autoritarios y en ocasiones... duros. 
     Yo en concreto, lo hice bajo la sombra del Gayo y Gallina. Montse, que así era como se llamaba la Srta. que me impartía clases de lengua, nos explicaba como nadie las reglas y normas gramaticales. Ponía desde luego todo su empeño: chocaba la lengua con el paladar para que entendiéramos y viéramos la diferencia entre LL de Gallina e Y de Gayo, que observáramos su distinto sonido, hacía lo propio con la LL, pero esta vez chocaba la lengua contra los dientes delanteros. - Veis? decía, - Notáis la diferencia?

     Nunca me detuve en pensar si esto era correcto o no, dudaba, por mucho que ella se esforzaba, en comprender por qué iban a sonar distintas, siendo fonológicamente iguales, pero era mi profesora y sus lecciones jamás se cuestionaban. Bastante tenía yo con buscar 200 pesetas para bajar desaforado al Jupy, a alquilar la que creía que era la última de Bruce Lee; que decepción, y no fue la única, el saber años después que el Maestro solo tenía cinco films en su haber. Mi otra preocupación era el pensar a quién me iba a encontrar en el metro cuando subiese a la tienda de mi padre, si cogería el primer vagón, el malo; el último, el bueno; o los concurridos del medio.
     Allí, a la tienda, acudía los viernes tarde y sábados mañana. Mi labor era poco más que observar, cobrar y algún sencillo recado.
     Entre jamones, embutidos, legumbres y botes de tomate, pasé la mayor parte de la infancia. Ordenaba los botes Rombo D´Oro, latas Apis, Cuca, el Ancla, botes de cacao Vit, pastillas Avecrem y Gallina Blanca.
Y fue uno de esos días cuando colocando uno de los paquete de sobres de fideos de Gallina Blanca me acordé de la regla gramatical de la Srta. Montse, sonreí, para después, cuando tuve uno de sopa de Gallo con fideos en la mano, me la eché a la cabeza, y como si hubiese descubierto un tesoro me giré hacia mi padre y le dije: "¡¡Hala¡¡, vaya errata estos de Gallina Blanca, Gallo es con Y, o sea, Gayo", dije poniendo morritos mientras intentaba chocar la lengua contra el paladar poniendo, imagino, cara de imbécil. Mi padre ni me escuchó, creo, diría, anda, sigue colocando y déjate de tontunas.
     Pensé que no podía ser, claro, que no podía estar mal, pero tampoco que durante años y con ímpetu exagerado, mi profesora nos enseñara lengua con esos errores garrafales. No sabía que pensar, tenía que consultar a alguien. Creo recordar que se lo pregunté a mi hermana, a algún compañero del mercado e incluso puede que lo consultase luego en el diccionario (en aquel entonces no existía la recurrente Web), y efectivamente... los de Gallina Blanca tenían razón, y por consiguiente mi profesora, la Srta. Montse, nos había mal educado durante la década de los 80.
     Que esta lección la tuviese que aprender en la tienda y no en las clases, no deja de ser una anécdota clarificadora de lo que en ese tiempo viví, y no es si no, más que otra curiosa metáfora de lo que por aquel entonces te decían algunos padres, incluido los míos: "Allí aprende a sumar y restar, que la vida real esta fuera de las aulas". 
     A lo mejor fue por eso que yo no tenía ganas de estudiar, porque ya veía que era fuera donde más aprendería, en lo que llamaban... la escuela de la calle.
   
   


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