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viernes, 21 de junio de 2013

Lazo Rosa

     
     No ha sido precisamente un regalo, pero casi. Lo tenía todo: Presencia, encanto, ternura, magia, sorpresa y..... esa chispa que te dice que va a ser algo especial. 
     No es casual que sea Junio, tampoco lo es que entre ayer y mañana, cuando están apunto de expirar mis vacaciones y se cumple una semana de la llegada de Lacito Rosa, se cumpla también tres meses de la repentina e inesperada, que no previsible, marcha de nuestra querida Nanis. Casual o causal los tres meses de ese respetuoso luto, los casi cien días de un duelo agónico que parecía no acabar nunca. Una aflicción que se había instalado en una colchoneta, en una caseta y en unos bebederos embalados de por vida. 
      Y ahí es donde aparece ese juguete que nadie pidió, ese regalo que nadie soñó e, inherente a ese diminuto y bello paquete envuelto, una alegría y una ilusión que ninguno pensaba que podía brotar de nuevo, que se temía desaparecida, una sensación que creía tener descatalogada del cajón de los sentimientos. 
    
      Luna es blanca como el borreguito Norit, solo que éste bala y lleva un lazo rojo. Luna ladra, corre, muerde..... lloriquea cuando esta sola. Aúlla como un lobo cuando siente que el abandono y la soledad se instala a su vera. De ahí su nombre; blanca como la luna, ese satélite al que ulula cada día con gesto lobezno. 
     Lazo Rosa llega de casualidad, por impulsos, por deseos. Por un oculto sentimiento de adopción, por un pronto de amparo. Por un arranque de necesidad de cobijo, por dar salida a ese cumulo de cariño y afecto embargado desde Marzo. Por tener otra oportunidad; tal vez por redimir errores, por tenerlo todo nuevamente o por tener bajo control algo que parecía estar alterándose. 
     O simplemente por recuperar la sonrisa cuando llegas, después de una jornada de trabajo, a casa.


    
     Le quitamos el Lazo y cambiamos el nombre, como a un niño robado, a uno de esos bebés que intercambian de familia en nombre del Padre a través de la mano divina de una octogenaria hija del Señor, creyendo, de manera equívoca, que ésa era la opción más acertada, una adopción unilaterálmente concertada; demasiada cursilería para nosotros. Ante todo es un perro y ha de aparentarlo.
     
     Ahora se llama PUPPY, y lleva un collar rosita. Pero no olvida su pasado.
     El blanco lunar de la piel y el azul gracioso del guiño de ojos. 



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