Metros más adelante, pocos dicho sea de paso, estaba nuestra Nanis. Absorta a aquella excursión ratuna, ausente a aquel roedor despreciable. Solo prestaba atención al árbol donde se disponía a mear, y de reojillo a mis pasos; si estos iban o venían, e incluso si podía apreciar en mi rostro síntoma de cansancio, aburrimiento o desesperación porque su segunda salida del día se alargara más de lo previsto.
Ignoraba que horas después la única caminata que haría sería en el corral, el patio de Corpa.
Cambió el sitio, para ambos. Cambiamos de aires, nunca mejor dicho, porque estos giraron bruscamente en el mismo momento en que cogí las llaves del coche.
Ella dormirá en su misma cama, que no en su misma habitación, lo hará con parte de su familia, allegados y no tanto, lo hará bajo las estrictas ordenes de otra Rata y lo disfrutará como si de un campamento de verano se tratase. Con sus dos primos: uno; el pequeñin, y otro, el más veterano, el que más campamentos, de verano e invierno, lleva a sus ya viejas y débiles espaldas.

La duda te sigue, te acompaña durante tu descanso, pero lo hace etérea, como una pequeña herida que planea sobre los cielos murcianos. Lo hace sutil, pero constante.
Y en medio nosotros nuevamente. Con el tiempo inverso al que antecedemos, con la temperatura contraria a la que precedemos. Esperando la segunda excursión canina que de por cerrado el ciclo estival. Lo hacemos bajo una sombrilla, debajo de un ventilador, sumergido en aguas menores, buscando la sombra, ungiendonos de cremas, lociones y demás artilugios protectores, hidratándonos con cerveza, granizado y fruta fresca. Entreteniéndonos con tertulias ya vividas, conversaciones repetidas y gracias previsibles.
Lo hacemos aquí, bajo 35º, a pocos pasos de las playas de Lo pagán, esperando que suba la marea y baje la calor.
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