Seguía con el puño apretado. Temía que se escapase algo, no sé: los sueños, la alegría, la ilusión... el alma tal vez. O a lo mejor era para retener emociones: la rabia, la impotencia, el odio, la frustración... la vida. Esa que veía que se esfumaba delante suya y no lo podía evitar.
Era normal. Ese temor era comprensible. El destino le acababa de zarandear tan violentamente que la inseguridad era constante: le habían arrancado el corazón, se lo habían estrujado en su cara, lo habían troceado y después, de forma cruel, habían esparcido los restos de manera que era difícil, casi imposible, rehacerlos nuevamente.
Sus pulmones comenzaban a colapsar de angustia, o eso creía, dejaban de bombear oxígeno, por lo menos no el suficiente para continuar viviendo. Las sienes retumbaban en su cabeza de manera machacona, casi soez, haciendo que sus ojos, que se ahogaban en lágrimas de sangre inocente, no pudieran abrirse para ver, que en lo alto de la pequeña estantería, una escueta vela tintineaba tímidamente, alumbrando con modestia y poca esperanza, la imagen de aquellos por los cuales se había producido esa situación agónica. Un optimismo que se iba diluyendo al compás sincronizado de la llama.
El diablo me está mirando a la cara. Me reta. Lleva tiempo jugando conmigo. Me tienta, me pone a prueba. Me quiere destruir... lo está consiguiendo.
Ya no me quedan ni velas ni fuerzas, ni lágrimas ni lamentos. No caben más números negros y funestos en el calendario... demasiados ya para recordarlos todos. Aun así me esfuerzo, me aferro a ellos creyendo, con ello, que reavivo su espíritu y que de manera mística nos comunicamos. Quizás solo sea para limpiar mi conciencia, esa que dudo sea todo lo pura que debiera ser.
Tal vez sea el momento de olvidar.
Muchas cajas de recuerdos; marrones unas, que custodian al blanco; blancas otras, velando al marrón.
Caprichos del destino.
La fe tras una vitrina.
¿Por qué, San Lorenzo, tenías esas lágrimas guardadas para mí? ¿Por qué esperaste a ese día? ¿Por qué tanto dolor? Ahora entiendo su destello, su brillo fugaz... deseos no cumplidos. Noches en vela rezando a una Perseida.
Me siento como la madre aquella que, en la Guerra de Secesión, perdió a todos sus hijos. La frase de condolencia que le brindó Abraham Lincoln, me sobreviene sin permiso: - " () Comprendo cuán débiles e infructuosas deben ser mis palabras para disuadirlos del dolor de una pérdida tan abrumadora, pero no puedo dejar de ofrecerles el consuelo que puede encontrarse en el agradecimiento a la República por cuya salvación murieron"
Así me siento, insensible, indiferente a cualquier mensaje infructuoso de apoyo o condolencia.
Otra frase, esta vez tuya nuevamente, Marta, que me perseguirá de por vida. Otro lamento real, noble, lleno de sentimiento y amor profundo... de cariño; envuelto en desesperación, tristeza, desconsuelo y amargura. Otro golpe de realidad que desgarra las entrañas y describe, a pie de página, esas terribles imágenes que vivimos "juntos para siempre", como dice la frase que cuelga del coche, los últimos instantes.
Comenzar de nuevo. Empezar de cero.
Frases y eslóganes que te dan una pista del camino a seguir pero que ahora mismo carecen de sentido.
¿Cómo olvidar todo, tantos años, y empezar como si nada? Cómo voy a olvidar si los recuerdos me persiguen, si hicieron mella en mi conducta, condicionaron mis hábitos, mis costumbres, moldearon mi personalidad y en consecuencia mi vida. Esa que di por ellos. Esa que hipotecamos por ellos. Esa que adapté a ellos.
Dime, cómo cojo ahora las llaves sin sentir su presencia tras ellas. Cómo abro un bote sin sentir su aliento detrás. Cómo desenvolver un dulce sin sentir su mirada leal al lado. Cómo destapar un yogurt sin ver el goteo de su deseo. Qué hago ahora con la tapa y el envase vacío, con el palo o conillo del helado. A quién acaricio, a quién beso, a quién mimo... por quién o por qué vivo.
Solo me quedas tú.
Seguramente sea esa la finalidad.
Quizás siempre lo ha sido.
Es el momento de empezar y bregar por ello. Cumplir con el objetivo: conseguir que abras el puño para siempre. Que dejes escapar ese tesoro que nadie pudo arrebatarte, todo lo que en él has guardado durante todo ese tiempo: una mirada risueña, el olor de una pelota o... el calor de su piel...
por si volviesen.
"Dedicado a Marta, que sufrió tanto como los quiso. Y a mis chiquititos, que nos dieron tanto amor como desaliento ahora"
- Hasta pronto, Nanus-